Cuando lo profundo está cerca. Eugenia Garay Basualdo Adrián Sosa maneja una estética de lo simple de una manera muy honesta. Deja al descubierto la obviedad que se escapa a la realidad. Con sigilo, se toma el tiempo para atrapar el instante nimio de lo que lo circunda. Como se encuentra alejado del mundo apabullante, preserva el instinto en estado puro para filmar etnográficamente. Se involucra corporalmente sin buscar el impacto brutal de la acción. Produce, dirige y se adapta a recursos pobres sin rendirse ante la dificultad. Sus video-performances se anclan en el territorio y son declamatorias aunque prevalezca el silencio. Expone el entorno agreste, árido, salvaje e inhóspito sin alterarlo. Cuando lo profundo está cerca trae hacia nosotros ráfagas de un aire ceniciento que lo invade todo. Aumenta la sensación de asfixia. Subyacen el rugido y el grito ahogado. Nos obliga a sentir el polvo atragantado en un tiempo cinematográfico corto pero interminable. Nuestra mirada se posa en el acto detenido donde, sin mencionar palabra, el artista narra. El cemento construye y la harina alimenta. Con ambos marca grandes señales en dos rutas de Tucumán. Acarrea bolsas pesadas y vuelca las sustancias sobre el asfalto. Los autos pasan veloces e indiferentes levantando polvaredas. Sosa queda absorto a la vera del camino, hierático, declamando a través del gesto. No busca amansar el viento ni frenar la pequeña catástrofe. Solo intenta mostrar cómo el progreso mal administrado terminó siendo un dilema en una provincia rica constituida, en gran parte, por gente que vive la penuria a diario. Como signo, señal o señalamiento, el polvo volatilizado es una recurrencia en la estética de lo simple de Sosa. No solo investiga la suspensión de las partículas en el aire y la agitación del elemento en el acto de la dispersión. Ser rehén de su propia trampa performática, envuelto en el polvo, no consiste tan solo en una experiencia ocasional, sino en visibilizar deliberadamente que tiene algo significativo para decir. Eugenia Garay Basualdo Curadora
Eugenia Garay Basualdo: Curadora
Sobre la muestra “Casa. El abrasar del cerco.” Luis María Rojas La contemporaneidad parece haber soltado amarras en relación a muchas cuestiones consideradas en otras épocas centrales para comprender y valorar nuestras producciones artísticas locales. Debemos convenir, desde un punto de vista crítico, que esta postura nos ha venido como un soplo de aire fresco para reformular el trabajo de nuestros artistas y los modos de acceso conceptual a sus piezas. Sin embargo, pasado ya el tiempo en que los teóricos del momento desgarraban sus vestiduras por el planteamiento de cuestiones que consideraban anacrónicas, desfasadas, atrasadas, hoy podemos tener una visión crítica más amplia de estos fenómenos. Decía Danto, en un libro poco visitado por quienes mucho lo citan, que los agentes son ciegos al significado de sus acciones y sus representaciones porque son ciegos a los sucesos del futuro que re-significarán ese presente: nadie podría haber predicho el resurgimiento de lo “local” luego de la topadora globalizadora, nadie podría haber predicho la re-significación de las tradiciones, de lo popular o de las costumbres alejadas del único tratamiento que, por entonces, se consideraba “viable” artísticamente: la sátira kitsch y neo-pop. Hoy, un poco más consientes y un poco menos dogmáticos, nos hemos acostumbrado a pensar que los “temas” no son tabú en arte contemporáneo y que no tenemos la necesidad de enmascararlos para poder tratarlos, sino que más bien existen múltiples formas de acceso, múltiples formas de conceptualizarlos. Pero divago (aunque no tanto). Entre todas estas cuestiones anatemizadas por los intelectuales à la mode, rescato dos para pensar la obra de Adrian: por un lado, la cuestión del territorio y, por otro, la tradición y la herencia. … La región, el paraje y el paisaje, son categorías que se han asociado a una concepción esencialista y determinista (no sin razón) de los procesos de construcción identitaria. Una discusión que se ha trasvasado a un tipo de producción artística que daría cuenta de una “huella” determinante de nuestra identidad y que tuvo un importante papel en la definición de nuestros imaginarios colectivos y de las representaciones que de nosotros mismos nos hacemos. Queda pendiente hacer una historia del uso de las imágenes paisajísticas y regionales en la conformación de nuestra Argentina, más imaginada que real, a lo largo de todos los regímenes políticos de nuestra historia. Tarea pendiente en tanto que, todavía hoy, es muy difícil “extirpar” la representación de que el paisaje, el territorio o la geografía definen nuestro perfil como colectivo social. … Una de las preguntas que persigue el trabajo de Adrián apunta a cómo desarticular esos sentidos asignados históricamente al territorio y cómo construir unos nuevos que escapen de las concepciones esencialistas en la construcción de subjetividad, individual y colectiva. ¿Estamos atravesados por el territorio? ¿Podemos enunciar desde un lugar fuera de nuestro lugar? ¿Cómo articulamos discursivamente la evidencia de estar dominados por las representaciones heredadas de nuestro espacio y, al mismo tiempo, construir nuevos sentidos a partir de nuestro anclaje local? Las preguntas se hacen difíciles de responder taxativamente, debemos aprender a vivir en esta incertidumbre de cruces y superposiciones de sentido a las que nos somete lo contemporáneo. Sólo podemos plantear esbozos, guías que nos sirvan para orientarnos en esta maraña. Adrian propone trabajar desde los resquicios, en las fisuras que los relatos tradicionales del territorio y el paisaje van dejando al descubierto. Cuando redefinimos nuestras representaciones del territorio, cuando las atravesamos por nuevas discusiones podemos comenzar a contar otras historias que se quedaron en el linde de los relatos. Comenzamos a pensar nuestro cotidiano retomando otras ilaciones, nos inscribimos en otras tradiciones que los imaginarios silenciaron y que incluso la toponimia cotidiana de Adrián grita solapadamente: Soldado Maldonado, Capitán Cáceres, Sargento Moya. … Construir nuestra “casa” es mucho más que plantarse en un territorio, es construir y reconstruir sus sentidos para poder habitarla, pero también trabajar indefectiblemente con los vínculos que la reproducción material de nuestras vidas nos impone y con el legado de un pasado hecho carne y cuerpos, acciones y labores. La acción planteada por Adrián cobra propia dimensión al desligarla de sus ataduras pragmáticas, concretando una acción para un fin innecesario, una labor transformada en gesto que abandona toda significación originaria, pero que en ese mismo movimiento los recupera para enunciarlos de una manera diferente. La acción adecua el paisaje cañero para que este hable, signifique de otro modo y se amolde a la escala de quien lo trabaja, apropiándose de la técnica y la tecnología de manera creativa para modificar su realidad, física y emocional, circundante. Pero también los objetos están atravesados por la significación, son también vectores de sentido que cargan consigo la historia familiar y el legado que se manifiesta en la acción alienante y repetitiva del metal contra la caña, incrustada en su trama biográfica. Objetos y acciones, cuerpos y labores. Todos atravesados por una precariedad inherente, pero también por la precariedad de una memoria que se disipa con cada generación. Sin embargo, Adrián está despierto “Yo soy lo que me enseñaron”, dice, pero con esto que soy puedo hacer nuevas cosas, porque esa constricción es, al mismo tiempo, condición de posibilidad de mi libertad. En este sentido, y parafraseando a Sartre, la pregunta surge presurosa: ¿Qué hago con lo que hicieron conmigo? Adrián mismo se contesta: afirmar mi propia identidad como acción liberadora. Estos cuerpos, acciones y labores que Adrián explota en su contexto de ruralidad muestran algo más que su “paisaje”, algo más que sus “oficios”. Decía Ch’ing Yuan: “Antes de estudiar Zen durante treinta años, veía las montañas como montañas y las aguas como aguas. Cuando llegué a un conocimiento más íntimo, llegué al punto en que veía que las montañas no eran montañas y las aguas no eran aguas. Pero ahora que he llegado a la misma esencia, estoy en paz. Porque de nuevo veo las montañas únicamente como montañas y las aguas de nuevo como aguas”. Es el territorio, pero no es sólo el territorio; es un cañaveral, pero no es sólo un cañaveral; son nuestras herencias, pero no son sólo nuestras herencias. Adrián regresa al vínculo, al legado y al territorio, pero luego de recorrer un camino crítico que lo ubica en un lugar de enunciación diferente.
Luis María Rojas: Curados y gestor